La poética de Fernando Rubio

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por Horacio M. R. Banega


La particular poética de Fernando Rubio tiene como uno de sus anclajes la indagación permanente de lo habitual, rutinario y cotidiano, como si fuera un científico social investigando lo que hace la costumbre con nosotros. Esta investigación le da algunas pistas, y así afirma: “digamos que descubrir la presencia de otro en uno es lo más importante”. Para llegar a eso Gabo Correa ya se deslizó de su habitualidad hacia lo extraño de vivir en su otra “casa”. Al lado del río. En el Parque de la Memoria. Ese espacio configurado bajo esas coordenadas ya pasa a otro de los puntos nodales de las investigaciones del artista: trabajar con las huellas de la catástrofe social. Habitualmente, por costumbre, se dice de esto que es política. En realidad todo lo que sucede en sociedad tiene relación con lo político y la administración. La administración de los lugares de memoria se topa con el homenaje a los que velamos en ese lugar, porque la casa donde Gabo vivió cinco días, con su chimenea de la que salía humo, era como un pequeño templo budista dando paz a los muertos (Lilian me hizo ver esto).
El río es el tiempo que fluye, pero también el que arrastra cadáveres, restos, sedimentos reflotados y basura. El río es donde podemos bañarnos y ahogarnos. Es la puerta de entrada de Gaboto, comido él mismo por lo otro, la puerta de entrada de los barcos de la inmigración, la puerta de salida de todo eso que todavía no se terminó de saldar. Es el aspecto oculto de la Ciudad que no quiere mirarlo. Ese lugar eligió Fernando Rubio para que el espectador y el actor transformen, entonces, por alteración de lo habitual, su percepción de lo que nos parece real. En ese lugar miré por primera vez el listado completo de los asesinados no sólo por los responsables del Proceso, sino también por sus cómplices civiles. Mirar el río, entrar en la casa, escuchar el texto, mirar la película Después del Ensayo, reflexionar carnalmente sobre la actuación, la ficción escénica, lo real que invade y contamina lúdicamente la performance, experiencias que afectan nuestras costumbres. Extrañarme de estar tan lejos y tan cerca, extrañamiento sugerido por ese espacio ficcional – real configurado por un creador y su equipo, que me arrastró como una suave ola de brisa como si estuviera volando en un parapente, metiéndome en el río y desde ahí saludar a los fantasmas.
Nathaniel Hawthorne en Wakefield narra la historia de un hombre que se va de su casa y se muda cerca y ve durante 50 años pasar la vida de su familia, que lo cree muerto. Decide volver y entrar a su casa. Pero nada es lo mismo, si alguna vez lo fue. Los fantasmas que surcan nuestro tiempo vivido están a nuestro lado. Sin embargo hacemos todo lo posible para que la costumbre rompa la alteración perceptiva que supondría conectar con lo diferente a cada instante. El cuerpo sabe que si percibiera a cada instante todo lo que le llega se rompería en mil pedazos. Fracturas de la costumbre, ruptura de la pereza estética, adrenalina para sacudir lo convencional y asomarnos a nosotros mismos, pero diferentes.


Horacio M. R. Banega